Caminando por las calles de la
Ciudad no podemos dejar de observar
la presencia invasiva y penetrante de carteles, pantallas y afiches de publicidad.
Los encontramos en postes, paredes de edificios, sobresaliendo de locales, ofreciendo comidas, bebidas, servicios, sexo y
productos varios de consumo.
Todos superpuestos entre sí, generando una saturación del campo visual.
Nuestro paisaje urbano esta saturado de carteleras comerciales, a las que tenemos que sumarle las necesarias señales
de tránsito, antenas, y cableados que nos abruman
completando sin control la imagen diaria de nuestra Ciudad.
La contaminación visual es un problema de nuestra Ciudad.
El
problema se manifiesta principalmente a través de
carteles que invaden hasta los
rincones más inaccesibles, de
todos los colores
y formas imaginables, constituyendo potenciales
riesgos para los ciudadanos
y principalmente, para los automovilistas.
Esto sucede porque hoy en día se vive en
una sociedad en la
cual los actos
y manifestaciones giran en
torno al consumo y a todo
aquello que podamos adquirir. No es casual que la gran
mayoría de los sistemas de comunicación masiva hayan direccionado sus métodos
de comunicación en dirección de una publicidad agresiva e invasiva.
Esto toma mayor relevancia en tiempos de "big data", cuando ya no nos dejan en paz ni en nuestras casas, ni en nuestros teléfonos.
Quizá deberíamos preguntarnos mientras caminamos por las calles de nuestra Ciudad, ¿cómo podemos sentirnos felices si constantemente nos recuerdan lo que no tenemos?
La publicidad rompe tu espíritu, te confunde sobre lo que realmente necesitás y te distrae de problemas reales, como la emergencia climática.
Mientras tanto, las vallas publicitarias de video de alta tecnología se están multiplicando en los espacios de la Ciudad, entretejidas en el entramado de la vida cotidiana, desde videos hasta escaleras mecánicas en el subte o en sus pasillos, taxis convertidos en publicidad móvil, kioscos de diarios, paradas de colectivos en las que lo que menos se ve es el número del colectivo que nos tenemos que tomar. Carteles publicitarios cada vez más sofisticados e interactivos nos invaden.
La tendencia es convertir cada instante de inactividad de cada uno de nosotros en la ciudad en una oportunidad para colocarnos frente a una pantalla publicitaria.
A partir de Voltaire, muchos intelectuales franceses asociaron la publicidad con algo destructivo para la cultura. Se realizó una crítica que señalaba que la publicidad es antidemocrática, y se arraigó una idea muy fuerte en Francia de que el espacio público es de todos, que lo pagamos con nuestros impuestos, que son relativamente altos.
Es muy cierto que a diferencia
de otras publicidades
que podemos elegir
mirar o no,
los carteles utilizan nuestro
espacio público, lo
cual implica que
son vistos por
todo tipo de personas, de
cualquier edad, lo
cual debería imponer
una responsabilidad mayor para
que los mensajes
no sean perjudiciales.
No hay oportunidad
de dar vuelta
la página, dejar una
revista o cambiar
el canal de
la televisión. Están
allí, día y noche,
y en muchos
casos es imposible
pasar junto a
ellos sin verlos,
aún sin intención de mirarlos.
Alguien que quiere vivir en sociedad no puede escapar de la publicidad. Cada persona recibe en promedio entre 500 y 3.000 mensajes publicitarios por día. Muchas disciplinas científicas (psicología, neurobiología, sociología...) y recursos creativos se utilizan para aumentar la fuerza de su manipulación.
La publicidad propaga ideologías nocivas: sexismo, etnocentrismo, culto a la apariencia, al "todo ya", competencia, materialismo, conformismo, violencia, delgadez extrema y juventud.
La publicidad genera violencia tanto en quienes tienen los medios para aplastar a otros con su poder adquisitivo, como en quienes están excluidos de este poder, pero siguen convencidos de que comprar es la única clave de la felicidad.
Durante décadas, Francia ha tenido uno de los movimientos contra la publicidad mejor organizados del mundo; en Lille se manifestaron recientemente en contra de la publicidad, mientras que Grenoble ha reemplazado cientos de carteleras comerciales con árboles y tablones de anuncios. ¿Podrían las ciudades eliminar los anuncios por completo?
¿Es posible imaginar una Buenos Aires sin el ataque publicitario? ¿Podríamos imaginar una Ciudad sin la agresión de una publicidad penetrante y manipuladora?
Sí, así lo creen los, las y les franceses de la asociación de Resistencia a la Agresión Publicitaria que sostiene acertadamente "...a la publicidad, preferimos la cultura, el paisaje y las artes (que embellecerán nuestras ciudades y nos entretendrán sin motivos comerciales posteriores), filosofía, poesía, humor y literatura, asociaciones, políticas locales y Iniciativas sociales, libres, individuales y de libre expresión".
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