Pasaron las PASO
y se vienen las elecciones generales, pero lo que no pasa es la fiebre amarilla
en la Ciudad de la Furia. Tras 10 años consecutivos de gestión macrista, el
oficialismo porteño arrasó en la elecciones primarias con la obtención del 50%
de los votos... Sí, uno de cada dos porteños y porteñas, votó al oficialismo.
Evidentemente,
habrá que comprender que para los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires hay
un Gobierno y una gestión que posee diversas bondades dignas de ser avaladas,
por un lado; mientras que por otro lado, también hay una necesidad de respaldo
hacia el Gobierno nacional encabezado por Mauricio Macri que mira con recelo al
pasado reciente y que no quiere volver atrás. Una Ciudad que tiene posición
tomada respecto de la grieta.
Otra vez la
grieta, esa distancia que nos etiqueta de uno u otro lado de la misma y que
sólo es producto de la negación de la política misma. Porque aparece la grieta
cuando faltan argumentos, cuando la irracionalidad le gana a la racionalidad.
Entonces, Tirios y Troyanos repiten chicanas con el único cambio de sujeto y
solo dan lugar al odio y a la intolerancia que de a poco nos pueden conducir a
acciones violentas.
Es sabido que las
mayorías no odian cuando conquistan derechos, sino que las que odian son las
minorías cuando pierden privilegios, y, esa es la razón por la cual no debemos
ser instrumento de esa minoría poderosa y concentrada que odia fomentando la
grieta en el seno de la sociedad.
El macrismo
necesita una sociedad despolitizada que sólo tome posición a partir del odio y
para eso desprestigia a la política y resalta el individualismo como forma de
lograr concretar sus sueños. La construcción mediática de la grieta es la
manera de enaltecer el individualismo que lo primero que hace es despreciar el
reconocimiento de logros colectivos de la sociedad por el falso apotegma de
"que vayan a trabajar", como si la generación de nuevos empleos
dependiera de la sola voluntad de ir a buscar laburo. Es la grieta la que le da
votos al macrismo, por eso, hay que salir de ella.
Ante este
escenario, el peronismo debe buscar conectarse nuevamente con la mayoría
perdida porque hasta ahora sólo se mira el ombligo y se ha desconectado de la
población. La imagen del peronismo porteño festejando que había obtenido un
magro 20% pero que había sido elegido como la opción para enfrentar las
políticas de ajuste de Macri, sumado al festejo mezquino de que ni Guillermo
Moreno, ni Itaí Hagman habían logrado la cantidad necesaria de votos para
integrar la lista final de Unidad Porteña son la expresión cabal y acabada de
esto de mirarse el ombligo.
Una vez más, el
peronismo debe renovarse para ser la fuerza política que supere las divisiones
infundadas e irracionales, volviendo a ser el movimiento nacional y popular que
luche por una Patria libre, justa y soberana que tenga como objetivo la grandeza
de la Patria y la felicidad del pueblo. Para ello, deberá convertirse en
un partido político que construya unidad en la diversidad, admitiendo disensos
internos y distintas corrientes de opinión dirimiendo liderazgos y candidaturas
en elecciones internas o en las Primarias Abiertas y no a dedo.
Para frenar a Macri hace falta más peronismo, que actúe en la
más absoluta fidelidad a su doctrina, renovado en su metodología interna, en su
programática política y en sus cuadros dirigentes.