viernes, 31 de enero de 2020

Una Ciudad que resista la agresión publicitaria


Caminando por las calles de la Ciudad no podemos dejar de observar   la   presencia invasiva y penetrante de carteles, pantallas y afiches de publicidad.  
Los encontramos en postes, paredes de edificios, sobresaliendo de locales, ofreciendo comidas, bebidas, servicios, sexo y productos varios de consumo.
Todos  superpuestos entre sí, generando  una saturación del campo visual.
Nuestro paisaje urbano esta saturado de carteleras  comerciales, a las que tenemos que sumarle las necesarias  señales  de  tránsito, antenas, y cableados que nos abruman completando sin control la imagen diaria de nuestra Ciudad.
La contaminación visual es un problema de nuestra Ciudad. 
El problema se manifiesta principalmente a través de carteles que invaden hasta los  rincones   más   inaccesibles,   de   todos  los   colores   y   formas   imaginables, constituyendo  potenciales  riesgos  para los  ciudadanos  y principalmente,  para los automovilistas.
Esto sucede porque hoy en día se  vive en  una  sociedad en  la  cual  los  actos  y  manifestaciones giran  en  torno  al  consumo  y  a  todo  aquello  que  podamos adquirir. No es casual que la gran mayoría de los sistemas de comunicación masiva hayan direccionado sus métodos de comunicación en dirección de una publicidad agresiva e invasiva.
Esto toma mayor relevancia en tiempos de "big data", cuando ya no nos dejan en paz ni en nuestras casas, ni en nuestros teléfonos.
Quizá deberíamos preguntarnos mientras caminamos por las calles de nuestra Ciudad, ¿cómo podemos sentirnos felices si constantemente nos recuerdan lo que no tenemos? 
La publicidad rompe tu espíritu, te confunde sobre lo que realmente necesitás y te distrae de problemas reales, como la emergencia climática.
Mientras tanto, las vallas publicitarias de video de alta tecnología se están multiplicando en los espacios de la Ciudad, entretejidas en el entramado de la vida cotidiana, desde videos hasta escaleras mecánicas en el subte o en sus pasillos, taxis convertidos en publicidad móvil, kioscos de diarios, paradas de colectivos en las que lo que menos se ve es el número del colectivo que nos tenemos que tomar. Carteles publicitarios cada vez más sofisticados e interactivos nos invaden.
La tendencia es convertir cada instante de inactividad de cada uno de nosotros en la ciudad en una oportunidad para colocarnos frente a una pantalla publicitaria.
A partir de Voltaire, muchos intelectuales franceses asociaron la publicidad con algo destructivo para la cultura. Se realizó una crítica que señalaba que la publicidad es antidemocrática, y se arraigó una idea muy fuerte en Francia de que el espacio público es de todos, que lo pagamos con nuestros impuestos, que son relativamente altos.
Es muy cierto que a diferencia  de  otras  publicidades  que  podemos  elegir  mirar  o  no,  los  carteles utilizan  nuestro  espacio  público,  lo  cual  implica  que  son  vistos  por  todo  tipo  de  personas,  de  cualquier  edad,  lo  cual  debería  imponer  una  responsabilidad  mayor para  que  los  mensajes  no  sean  perjudiciales.  No  hay  oportunidad  de  dar  vuelta  la página,  dejar  una  revista  o  cambiar  el  canal  de  la  televisión.  Están  allí,  día  y noche,  y  en  muchos  casos  es  imposible  pasar  junto  a  ellos  sin  verlos,  aún  sin intención de mirarlos. 
Alguien que quiere vivir en sociedad no puede escapar de la publicidad. Cada persona recibe en promedio entre 500 y 3.000 mensajes publicitarios por día.  Muchas disciplinas científicas (psicología, neurobiología, sociología...) y recursos creativos se utilizan para aumentar la fuerza de su manipulación.
La publicidad propaga ideologías nocivas: sexismo, etnocentrismo, culto a la apariencia, al "todo ya", competencia, materialismo, conformismo, violencia, delgadez extrema y juventud.
La publicidad genera violencia tanto en quienes tienen los medios para aplastar a otros con su poder adquisitivo, como en quienes están excluidos de este poder, pero siguen convencidos de que comprar es la única clave de la felicidad.
Durante décadas, Francia ha tenido uno de los movimientos contra la publicidad mejor organizados del mundo; en Lille se manifestaron recientemente en contra de la publicidad, mientras que Grenoble ha reemplazado cientos de carteleras comerciales con árboles y tablones de anuncios. ¿Podrían las ciudades eliminar los anuncios por completo?
¿Es posible imaginar una Buenos Aires sin el ataque publicitario? ¿Podríamos imaginar una Ciudad sin la agresión de una publicidad penetrante y manipuladora?
Sí, así lo creen los, las y les franceses de la asociación de Resistencia a la Agresión Publicitaria que sostiene acertadamente "...a la publicidad, preferimos la cultura, el paisaje y las artes (que embellecerán nuestras ciudades y nos entretendrán sin motivos comerciales posteriores), filosofía, poesía, humor y literatura, asociaciones, políticas locales y Iniciativas sociales, libres, individuales y de libre expresión".

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